La montaña de Torcoroma era por entonces
una zona agraria y de gente sencilla. En las laderas de la majestuosa obra
natural, la familia de los Melo Rodríguez tenían su parcela. Don Cristóbal y
doña Pascuala gozaban de la compañía de sus dos hijos, José y Felipe. Según
atestiguan sus contemporáneos, los Melo Rodríguez eran personas de reputadas
buenas costumbres y de vida impregnada de fe cristiana.
Una mañana don Cristóbal envió a sus hijos
a talar un árbol que tuviese buena madera para tallar la caja o
"canoa" con que fabricaba sus dulces.
Los jóvenes se internaron en la montaña y a
medida que aumentaba la espesura, seleccionaban las posibles talas, hasta que
encontraron uno que era un portento: pese a que era verano, exhibía unas
fragantes flores encarnadas. Era tal su perfume y porte que desde lejos se
podía percibir su presencia.
Entusiasmados con el feliz hallazgo,
procedieron a talar el árbol. Dada la complicada ubicación del mismo, al cortar
su base se produjo un derrumbamiento y la parte principal cayó por un barranco.
Atardecía y los muchachos resolvieron regresar a casa y comentar el suceso a su
padre. Posteriormente continuaron buscando un árbol apropiado para el fin que
requerían satisfacer, pero no dando con ninguno que les sirviese apropiadamente,
determinaron utilizar el ya talado y se dirigieron al lugar donde había quedado
caído.
Comenzaron a tallar allí mismo la
"canoa" y a poco de dar los primeros hachazos, quedó a luz "una
imagen de María Santísima mi Señora a modo de Concepción, de medio relieve,
juntas y puestas las manos sobre el pecho, con acción del rostro como dirigido
al cielo, con su corona imperial, parada sobre su media luna, todo del color
del mismo palo, la cual vista y reparada por el buen Cristóbal Melo, metiendo
las manos al hijo que a la sazón era el que cortaba con la hacha, le detuvo el
golpe, y postrados padre e hijos, adoraron aquella rica Joya, de la que se dice
despedía de sí no sólo una gran luz, sino el aromático olor de todo el árbol
como cuando lo cortaron…" Así fue según las palabras consignadas en el
citado documento del P. Gómez Farelo.
La noticia se esparció por toda la región y
los primeros milagros comenzaron a suceder. Y el Sr. Vicario autorizó la
veneración privada. Hacia 1716 el Ilmo. Monseñor Don Fray Antonio de Monroy
Meneses llegó hasta Ocaña e investigó por sí mismo los prodigiosos sucesos que
se relataban, tras lo cual nombró a Pascuala Rodríguez – madre de los muchachos
y esposa de Melo – como Camarera de alhajas y su ropa de altar. Y dio permiso para
que allí mismo se levantase una capilla en Su honra. Posteriormente dio orden
para que la bendita imagen fuese trasladada a la iglesia principal "con
toda la honra y pompa del caso".
Al tiempo que esto ocurría, en la montaña
de Torcoroma surgía lo que podría llamarse un "pequeño Lourdes": un
manantial de aguas límpidas se volvía un bálsamo milagroso para curar toda
dolencia de cuerpo o de alma.
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