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Norte de Santander

lunes, 8 de abril de 2013

El Milagro


La montaña de Torcoroma era por entonces una zona agraria y de gente sencilla. En las laderas de la majestuosa obra natural, la familia de los Melo Rodríguez tenían su parcela. Don Cristóbal y doña Pascuala gozaban de la compañía de sus dos hijos, José y Felipe. Según atestiguan sus contemporáneos, los Melo Rodríguez eran personas de reputadas buenas costumbres y de vida impregnada de fe cristiana.

Una mañana don Cristóbal envió a sus hijos a talar un árbol que tuviese buena madera para tallar la caja o "canoa" con que fabricaba sus dulces.

Los jóvenes se internaron en la montaña y a medida que aumentaba la espesura, seleccionaban las posibles talas, hasta que encontraron uno que era un portento: pese a que era verano, exhibía unas fragantes flores encarnadas. Era tal su perfume y porte que desde lejos se podía percibir su presencia.

Entusiasmados con el feliz hallazgo, procedieron a talar el árbol. Dada la complicada ubicación del mismo, al cortar su base se produjo un derrumbamiento y la parte principal cayó por un barranco. Atardecía y los muchachos resolvieron regresar a casa y comentar el suceso a su padre. Posteriormente continuaron buscando un árbol apropiado para el fin que requerían satisfacer, pero no dando con ninguno que les sirviese apropiadamente, determinaron utilizar el ya talado y se dirigieron al lugar donde había quedado caído.

Comenzaron a tallar allí mismo la "canoa" y a poco de dar los primeros hachazos, quedó a luz "una imagen de María Santísima mi Señora a modo de Concepción, de medio relieve, juntas y puestas las manos sobre el pecho, con acción del rostro como dirigido al cielo, con su corona imperial, parada sobre su media luna, todo del color del mismo palo, la cual vista y reparada por el buen Cristóbal Melo, metiendo las manos al hijo que a la sazón era el que cortaba con la hacha, le detuvo el golpe, y postrados padre e hijos, adoraron aquella rica Joya, de la que se dice despedía de sí no sólo una gran luz, sino el aromático olor de todo el árbol como cuando lo cortaron…" Así fue según las palabras consignadas en el citado documento del P. Gómez Farelo.

La noticia se esparció por toda la región y los primeros milagros comenzaron a suceder. Y el Sr. Vicario autorizó la veneración privada. Hacia 1716 el Ilmo. Monseñor Don Fray Antonio de Monroy Meneses llegó hasta Ocaña e investigó por sí mismo los prodigiosos sucesos que se relataban, tras lo cual nombró a Pascuala Rodríguez – madre de los muchachos y esposa de Melo – como Camarera de alhajas y su ropa de altar. Y dio permiso para que allí mismo se levantase una capilla en Su honra. Posteriormente dio orden para que la bendita imagen fuese trasladada a la iglesia principal "con toda la honra y pompa del caso".

Al tiempo que esto ocurría, en la montaña de Torcoroma surgía lo que podría llamarse un "pequeño Lourdes": un manantial de aguas límpidas se volvía un bálsamo milagroso para curar toda dolencia de cuerpo o de alma.


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